viernes, 28 de agosto de 2009

- "Cargando pilas… en el enchufe equivocado" - Diario de una Pringadilla

Querido Diario,

Estoy muerta.

Mi primera experiencia en esto de la relajación acuática ha resultado… traumática. Algo normal si se tiene en cuenta que esta clase de torturas como la sauna, las inventaron para tiarronas nórdicas y no para retacos españoles.

Al llegar todo muy bien. Las auxiliares hicieron caso omiso de mis tics nerviosos y me condujeron a un vestuario, dónde me calcé las chanclas y me enfundé un cómodo albornoz. Al comprobar en el espejo que, efectivamente, parecía un pitufo con el moño alto que me había hecho -porque no me cabía todo el pelo dentro del gorro de baño-, me consideré lista y entré en el circuito.

Me hicieron volver a salir porque tenía que meterme en la ducha para eliminar mi tufo a clase media.

Volví a entrar.

Lo primero, el calor seco. Una sala minúscula y unos bancos de azulejos radiantes, en los que tenías que sentarte durante 10 minutos. Duré 5. Cualquiera que se haya intentando sentar en una moto dejada demasiado tiempo al sol, puede saber cómo me sentía sin pagar un dineral por ello.

Lo siguiente algo llamado Caldarium, calor húmedo. Ese nombre ya me puso la mosca detrás de la oreja y –tras asegurarme que no había una tribu de caníbales con una olla y perejil- entré. Eso parecía la selva tropical –y no porque yo haya estado-. Avancé tanteando hasta sentarme en un ambiente en el que costaba ver y más respirar, era como si en lugar de inspirar el aire, te lo estuviese comiendo. Otros 5 minutos y una indigestión de vapor después, salí sudando como un oso polar en el desierto –me había depilado ¡lo juro!- y me quedé durante 15 más bajo el agua fría de la ducha.

Ignorando con decisión todos los carteles que gritaban SAUNA, logré escabullirme de la tercera fase y llegué al circuito de hidroterapia. Es decir, una piscina con un montón de chorros de agua. Un poco decepcionada, decidí disimular mi ignorancia en estas lides y bajar las escaleras como si fuese la mismísima Audrey Hepburn. Lo conseguí. Aunque después casi me ahogo. ¡A quién se le ocurre colocar una piscina en mitad del Triángulo de las Bermudas! La potencia de los chorros situados en diferentes esquinas creó una corriente que logré sortear nadando como una posesa, hasta aferrarme a una barandilla sumergida.

No entiendo por qué, en las instrucciones que te dan antes de entrar, no dicen que tienes que venir con un bañador de los años 20. Fue arrimarme a la orilla y un montón de chorros obsesos intentó desnudarme. Aferrándome a las partes de mi bikini mientras escupía agua, me alejé hacia zonas con menos marejada, arrastrada por el sujetador hinchado que me hacía la función de velas –ya sabía yo que había sido muy optimista con la talla…

Observé a mí alrededor y vi que el resto de pacientes no se habían puesto el chaleco salvavidas, así que utilicé mis olvidados conocimientos de ballet y me dirigí de puntillas hacia la zona más segura, un banco sumergido. Lo complicado fue encaramarse sobre él: dentro del agua, con los chorros que seguían saboteándome, la altura para suecas y mi baja forma física. Al final lo conseguí. Poco tiempo después, los chorros situados bajo mi… pompis -por llamarlo de alguna manera- me desincrustaban la celulitis a presión. Ríete de las liposucciones. Si no me quedé como Robbie Williams en el vídeo ese del strip-tease “integral” faltó poco. Allí estaba yo, intentando parecer Cleopatra en su diván, mientras me aferraba con una mano a una barandilla y con la otra a la parte inferior de mi bikini que estaba intentando emigrar.

Pero lo peor es que, a mi lado, un par de hombres maduros –y peludos- estaban hablando seriamente de la crisis laboral que sufría España en estos momentos y lo duro que era tener trabajadores inútiles.

Me tragué una respuesta borde –junto con un montón de agua- y me lancé de la mesa de tortura intentando poner distancia con esa extraña especie llamada empresarios.

Más estresada que nunca, logré escuchar a unas matronas –a pesar de las palpitaciones en mis oídos- hablar de lo relajante que era el masaje pies de los chorros de la esquina, así que para allí fui.

Efectivamente, unas burbujas mostraban el punto en el que había un jeyser vertical. Ni corta ni perezosa me planté encima y casi me muero… de la risa. Siempre me había preguntado como funcionaba la tortura china. Ya lo sé. Les metían en un spa. Desternillándome, intenté en varias ocasiones surfear sobre la corriente ascendente pero, con mi escaso metro sesenta, era demasiado para mi y salía siempre lanzada en todas direcciones a carcajada limpia.

Fueron dos horas muuuyy largas. Los chorros para masajear la nuca me pasaban por encima de la espalda. Los de la espalda me lanzaban como un cañón de circo y tenía que aferrarme como un mono a la barandilla del lado, para conseguir que me diesen ligeramente. Los que estaban instalados en asientos, me dejaban muy… contenta. Tendré que ir más a menudo cuando no me coma ni una rosca. ¡Y no pienso añadir ningún detalle bochornoso más al respecto, Diario cotilla!

Al final, tuve que salir como una foca varada escalando el lado de la piscina, ante la horrorizada estupefacción de los ricos clientes, porque era incapaz de nadar contracorriente para alcanzar las escaleras.

Resumiendo querido Diario, me duele todo, estoy agotada, hago ruido al andar de la cantidad de agua con sales que he tragado, se han reído de mí los jefes de otras personas y el lunes tengo que ir a trabajar para que se rían de mí los míos.

Y encima he pagado por ello.



- Fin -

Por: Victoria Hyde


Aquí os pongo las entradas de las desventuras de Pringadilla en su Diario, mi personaje más disparatado.

- "Hola, soy Pringadilla ¿y tú?" - Diario de una Pringadilla

Querido Diario,

Me presento para que no te preguntes quién demonios es esa que se toma tantas familiaridades conmigo. Soy Pringadilla. Extraño, lo sé, que una mujer de treinta años siga llamándose a si misma por un diminutivo pero, por suerte o por desgracia, aún no creo haber hecho los suficientes méritos para que me llamen Pringada, así que de momento apechugo con ese nombre.

Nunca he escrito un diario y no tenía ninguna intención de empezar uno, pero hace casi tres semanas que estoy de vacaciones y el día antes de empezarlas, una compañera me descubrió intentando hacerme el hara-kiri con un rotring de punta fina –lo más afilado que tenía a mano en ese momento-. Después de quitármelo –era suyo- me convenció de que en ese momento era una olla a presión sin pitorro, algo potencialmente peligroso para todo el mundo que me rodeaba, por lo que tenía que buscarme una válvula de escape. Y este es el resultado. Tú. Un Diario. Empecé a escribirte en papel, pero con mi letra horrorosa parecía que te estuviese escribiendo en una clave que no entendía ni yo misma, así que decidí entrar en el siglo XXI y hacerlo en un blog.

Cualquier parecido con la compañera de la mesa de al lado, es fruto de la imaginación del que se haya leído esto por accidente. Ejem…

¿Mis circunstancias? Llevo cosa de dos años trabajando en una empresa como “chica para CASI todo”. Oficialmente soy recepcionista, pero ejerzo desde comercial a porteadora, pasando por secretaria de los directores generales. Mi principal función es sonreír y hacer que todo funcione, aunque me estén gritando, esté desbordada de trabajo, tenga complejo de pulpo o me esté haciendo pis. Nada fuera de lo normal. Chupado.

Pero la cosa se complica cuando trabajas en una empresa en que despiden una media de un empleado al mes –a veces se sienten generosos y despiden a dos-; con unos jefes que sólo saben hablar de tres formas, con sarcasmo, a gritos, o a gritos sarcásticos; y cuya política de trabajo es mezquina. Como si Tío Gilito se hubiese reencarnado en una época de crisis y hubiese que arrancarle cada moneda con tenazas al rojo vivo, pero sin pico –alguno sí que tiene cola, pequeñita supongo-. Si hubiese que resumir en una frase su forma de trabajar es: “No es suficiente”, hagas lo que hagas nunca es suficiente, y si hay un error –aunque sea por órdenes directas suyas- siempre es culpa tuya; así que llega un momento en que tienes agujetas en las mejillas de sonreír a la fuerza, y buscas métodos de suicidio honorable en la mesa de la escritorio.

Y el lunes vuelvo a trabajar.

Tengo taquicardias, dolor de mandíbulas, insomnio y necesito otro mes de vacaciones a la de ya, pero se me han acabado. Cuando esta mañana me desperté, las sábanas parecían cuerdas de escalada y yo estaba imitando a la niña del exorcista, encaramada a la pared y con la cabeza dando vueltas sobre si misma. Comprensiblemente, después de tanto esfuerzo físico tengo tortícolis y contracturas –ahora parezco el Jorobado de Notre Dame- y no son las mejores condiciones físicas para empezar a construir pirámides, por lo que he decidido darme un lujo y mañana me voy a un spa.

Seguro que vuelvo como nueva.


- Fin -

Por: Victoria Hyde


Aquí os pongo las entradas de las desventuras de Pringadilla en su Diario, mi personaje más disparatado.

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