LA SOMBRA DEL PALO
Había una vez una sombra. No era la sombra de una gran montaña, ni de un imponente edificio, ni la danzarina sombra de un gorrión o la inquieta de un humano; tan sólo era la sombra de un palo. Un simple trozo de madera clavado en el suelo. Aburrida, daba vueltas a su palo todos los días, tocando las piedras cercanas y, cuando el sol se ocultaba, se fundía en la oscuridad más profunda de la noche.
Deprimida, envidiaba a las sombras de los pájaros que veían mundo, a las de los niños que no paraban quietas y sobre todo a la que más envidiaba era a la del roble centenario de la plaza que, frente a ella, cobijaba del calor del astro rey. La gente se reunía a sus pies, descansaban, comían algo y seguían su camino. Nunca estaba solo. En cambio ella... a ella sólo pasaban, la miraban fijamente y se iban. Debían reírse de su insignificancia.
Un día decidió parar de dar vueltas. ¿Para qué? Estaba demasiado triste como para moverse.
La gente seguía parándose bajo el frondoso árbol, se acercaban, la miraban y algunos se volvían a sentar. Al cabo de unos días, cada vez eran más los que se acercaban, la miraban y cuchicheaban entre si. Hasta apareció un hombre de largas vestimentas que la salpicó con agua.
La sombra estaba atónita, ¿Por qué la miraban? Sólo era la sombra de un palo.
- ¿Qué haces que no te mueves, sombra? -le preguntó el viejo roble-. Les estás haciendo perder el tiempo.
- ¿El tiempo?
- Claro. Eres la que les indica que el tiempo qué pasa.
- ¿Yo? No te entiendo.
- Sí, eres un reloj de sol. ¿No me digas que no te habías dado cuenta? Con tus vueltas saltando de piedra en piedra alrededor de tu palo, les indicas a los humanos la hora del día a la que están. Eres la que organiza sus vidas. La que les indica cuándo sentarse bajo mi sombra y cuándo levantarse. Cuándo comer, cuándo dormir y cuánto tiempo les queda para que sea el momento de irse a casa. Al igual que tú giras alrededor de ese trozo de madera, ellos giran al compás que tú les marcas.
La sombra no se lo creía e hizo la prueba. Despacio, empezó a desplazarse de nuevo hacia la piedra más próxima. La gente que la rodea la aclamó. Envalentonada, volvió a moverse y más gente se acercó a mirarla. ¡Era importante! La sencilla sombra de un palo hacía que los humanos reaccionasen a su paso.
Aliviada, la sombra retomó su rutina. Conforme el sol se despertaba, ella también lo hacía y paseaba con alegría de piedra en piedra. A los pocos días dejó de ser una novedad. Hacía lo que se suponía que debía hacer, así que los humanos ya no se asombraban de ello; pero seguían acercándose a mirarla y, según a qué piedra rozaba, ellos hacían cosas diferentes.
La sombra era feliz, no era la sombra de una poderosa montaña, nunca recorrería países, ni nadie se cobijaría bajo ella; pero ahora sabía que su existencia era importante para alguien.
Hasta las cosas más sencillas pueden influír en la vida de los demás.
- Fin - |
Por: Victoria Hyde |
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