martes, 14 de febrero de 2012

- "Mi vida como panda" - Diario de una Pringadilla

Querido Diario:

Soy un panda.

Y no lo digo por mi peso -aunque el chocolate y el sofá hacen estragos...-, ni porque sólo me mueva para conseguir comida, ni siquiera por mi capacidad casi osezna para dormitar; sino por mi reflejo.

"¡Pues vaya problema de vello facial tiene esta muchacha!", seguro que te estás diciendo Diario; pero tampoco es el caso -o al menos no, si no se me acaba la cera. Ejem-, la explicación es más sencilla y complicada a la vez.

Lo reconozco, voy a revelarte mi secreto. Soy una "friki", para más inri una "otaku" a la española; así que, cuando veía "Ranma 1/2", siempre me preguntaba dónde podría encontrar una de esas charcas que hacían que, si te caías en una, te pudieses convertir en otra cosa. Mi preferida era la que te hacía convertirte en hombre cuando te mojabas -por el atractivo de conseguir hacer todas las cosas que a una chica, con padres a la antigua, no se le permitía-. Tampoco le hacía feos a la transformación en gata, aunque lo del cerdito ya no me hacía tanta gracia, y transformarme en pato cegato me daba repelús de sólo pensarlo; sin embargo, de todas las posibles opciones, la que estaba dispuesta a evitar toda cosa era la del panda.

Castigo divino.

Soy un panda.

¿Que cómo lo he hecho?

Te pongo la receta.

Ingredientes para convertirte en panda:
La velocidad centrífuga, Piazzola (no, no es una pizza sola), una rubia, una cola de gente, una hamburguesa doble con patatas y un cura.

Instrucciones:
Después de un largo día de trabajo, sin tiempo para comer, una se puso la mar de mona -en los semáforos- y me dispuse a desestresarme con una noche de bailoteo y desparrame, cuando un mi coche tembló. No era un terremoto, ni siquiera una espectacular tormenta eléctrica; sino, tan "sólo" mi estómago, a punto de imitar a alien y salir a darse un voltio para buscarse por si mismo algo de comer.

Me ajusté el cinturón para mantener la bestia en su sitio y conseguí -a duras penas- retenerla hasta aparcar y correr a un Burger King.

Por desgracia, entre mi "tesooorooo" y yo se encontraba una horda de gente luchando por que nadie se les colase. Ni las tropas de "Mordock" se les acercaban en fiereza y juego sucio. Por fortuna para mí, como una barrera santificada, entre ellos y yo se encontraba un cura. Uno de esos curas que parecen iluminados por dentro como un Gusiluz, de blancos -y resplandecientes- cabellos y sonrisa angelical.

Refugiada ante tremenda protección, aguardé con impaciencia creciente que los enemigos saqueasen el lugar y fuesen desapareciendo. Las manecillas del reloj seguían haciendo "slalom" por la esfera, mientras que la hora de mi clase de tango se acercaba.

¿Qué hago yo en una clase de tango?

Sencillo, después conseguir exorcizar a mi último "ex" decidí apuntarme para que, si no he aprendido con la experiencia y en otra ocasión tengo que volver arrastrarme tras un hombre "castigador", al menos saber cómo hacerlo con estilo.

Bueno, el caso es que la cola iba desapareciendo, mi estómago estaba luchando para imitar al de las estrellas de mar y salir fuera a comer sin tener que esperar mi inútil colaboración, y el cura rebuscaba en su sotana algo que resultó ser un viejo monedero de piel, pirografiado con un dibujo de la Virgen de Fátima.

¿Que cómo lo sé?

Porque lo pude observar durante muuucho tiempo.

Resultó que el buen hombre venía a pedir hamburguesas para la mitad de los colegios de la ciudad y todos los orfanatos, o al menos eso me pareció.

Los ojos del encargado empezaron a brillar como si le estallasen fuegos artificiales dentro de la cabeza y los currantes a entrar en pánico.

Y pasaron los milenios y seguían las hamburguesas acumulándose en el mostrador... pero ninguna para mí.

Al final, como una Cenicienta hambrienta a la que se le acababan el tiempo, acabé renunciando a la cena de "slow-food" y corrí hasta mi clase.

Llegué. Llegué a tiempo.

Y tan metida en el papel que hasta mi pareja de baile me felicitó por la calidad de mis derrumbes a sus pies, mis enganchadas de lapa a su cuello y mis deslizamientos en plan "Tú el Pronto yo el paño" por el suelo.

Normal. Tenía una "pájara" que no me hubiese dejado subir ni una cuesta abajo. Las rodillas me temblaban, la vista se me nublaba y mi maltratado estómago marcaba el contrapunto de la música -hambrienta, pero sincronizada que es una-. Y llegaron las vueltas.

Como Pringadilla que me precio de ser, me tocó ser la pareja del profesor y pugné por mantener la vertical para no ser el hazmerreir de la clase.

(Algo así pero en cutre...)


Lo logré a duras penas y empezaron a practicar el resto de parejas, mientras yo me tambaleaba. Y llegó la música, "Piazzola" y la velocidad centrífuga, y una rubia.

Traduciendo. Una rubia girando a toda velocidad al ritmo -bueno, sin ritmo- del "Libertango de Piazzola", mientras que yo pasaba en estado "walking dead" a su lado.

Y ocurrió.

Me convertí en un panda.

Fue arte de magia. Tan sólo necesité el impacto de un codo con aceleración contra la indefensa cuenca de mi ojo.

Sentí como que estaban jugando al "pinballs" con mi cerebro y sólo pude decir:

"Ay".

Sin exclamaciones.

Una que es muy dura... y que dolía demasiado para quejarme.

Para terminar la receta, sólo hay que dejarlo reposar un día para que los colores vayan surgiendo en todo su esplendor y chillar al verse en el espejo el lunes por la mañana.

En fin... Querido Diario, que acabé con el ojo a la funerala, peor a los dos días, y teniendo que trabajar de cara al público el lunes por la mañana...



- Fin -

Una nueva desventura de mi personaje más alocado FICTICIO -lo aclaro para l@s que me confunden con ella-. Jejeje.

Por: Victoria Hyde


Aquí os pongo las entradas de las desventuras de Pringadilla en su Diario, mi personaje más disparatado.

miércoles, 4 de enero de 2012

- "Propósitos de año nuevo" - Diario de una Pringadilla

Querido Diario:

Un nuevo año se acerca y en plena crisis existencial y económica, creo que ha llegado el momento de establecer unos firmes propósitos para el año nuevo.

¿Pero cuáles?

Pasando la barrera de los treinta llega el momento de pensar en lo que estás haciendo con tu vida y siempre dicen que hay antes de morir hay que hacer tres cosas:

  1. Plantar un árbol: Las plantas se suicidan antes de entrar en mi casa, así que con conseguir que un cactus sobreviva en mi cercanía me puedo dar con un canto en los dientes.
  2. Escribir un libro: ¡Bástante tengo contigo Diario, como para meterme en semejante berenjenal!
  3. Tener un hijo: Esto... yo... Va a ser que no. Mis ahorros no me lo permiten y prefiero pasar las noches sin dormir por otros motivos. He metido mi reloj biológico en un par de calcetines debajo de las mantas en el fondo del armario y hago como que no existe.
Con esta actitud no voy a conseguir una lista decente... así que he hecho una encuesta a mi alrededor de los propósitos de año nuevo más comunes y he decidido agenciármelos:

Como dice la canción: "Tres cosas hay en la vida. Salud, dinero y amor. Y el que tiene estas tres cosas, que le de gracias a Dios.

SALUD:
Pues empiezo bien el año.

Como todas las navidades he cogido un trancazo tremendo y estoy contribuyendo a la desforestación a base de cleenex. Según mi madre es porque me alimento mal, cosa que nunca he entendido que tiene que ver con el moqueo... Además, yo he basado mi alimentación en los tres grupos alimenticios básicos: chocolate, chucherías y patatas fritas. Aunque quizás eso explique por qué tengo que apuntarme con urgencia a uno de los propósitos de año nuevo más comunes, hacer régimen.

Los turrones, la decapitación masiva de gambas y los pantagruélicos banquetes maternos han causado que la báscula se aparte cuando me acerco a ella y que necesite vaselina para meterme en el traje que tenía pensado para Nochevieja; así que hago firme propósito de enmienda para el día uno de enero -bueno, mejor para el siete que me encanta el roscón de reyes- y haré una dieta draconiana que me permitirá encontrar mi cintura que hace tiempo que no la veo -si alguien la ha visto, por favor que la lleve a objetos perdidos-. En fin, esa es mi intención, pero no es mi culpa si me sabotean.

En enero hay que acabar los productos navideños que compré de sobra. En febrero está el día de los enamorados y durante todo el mes te torturan psicológicamente con anuncios de bombones. En marzo están las Fallas, es decir puestos de churros con chocolate en cada esquina antes, durante y después de la semana grande. En abril las Pascuas, con las torrijas, dedos de santo, las "monas de Pascua",... y suma y sigue.

He llegado a la conclusión de que la gastronomía española ha sido creada por los hombres españoles que, como buenos machistas, hacen todo lo necesario para que sus mujeres no nos atrevamos a ponernos en bikini...

Visto lo visto, el otro punto con el que puedo mejorar mi salud es con ejercicio. No es raro que las inscripciones a gimnasios se disparen en el mes de enero por parte de gente que no vuelve a pisar el local después del primer día. Soy de esas, lo confieso. ¿No dicen que lo importante es intentar las cosas...? Pues yo hago propósito de enmienda y me apunto, pago... y me canso sólo con ver a otros sudar. Me temo que siempre he dicho que lo mío es la posición horizontal.

¡Diario, no pienses mal! Bueno, la verdad es que sí que me gusta esa posición pero a estas alturas me conformaría hasta con el misionero... Lo cual me lleva al segundo gran grupo:

AMOR:
¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Pues no lo sé, no suelo confundir ambos conceptos aunque estén relacionados, pero a falta del primero... me conformaría con el segundo. Como dice mi madre... cuando pasas los 30, a la hora de buscarse novio sólo te quedan dos categorías:
  1. El "rebuig": Palabra valenciana que quiere decir "lo que nadie quiere".
  2. Los de segunda mano: Definición que se explica por si misma.

Y como mi desesperación aún no llega al punto de aceptar a los del primer grupo, baso mis esperanzas en encontrar este año alguno del segundo grupo, no demasiado desgastado y sin taras en la estructura. Una utopía, estoy de acuerdo pero de ilusión también se vive.

Mientras tanto... pienso seguir los pasos de la Demi Moore (en una versión española, bajita y regordeta) y buscarme un Ashton Kutcher para consolarme. Jejeje. Si ella a sus cincuenta puede conseguir semejante tiarrón veinteañero para compartir su vida, yo a la treintena puedo conseguir un casi treinteañero para compartir un ratito ¿no?

¿De qué te ríes, Diario? No me parece gracioso...

Menos mal que me queda la amistad que si no... En este aspecto siempre me he regido por este dicho:
"Un buen amigo es el que en los buenos momentos acude cuando se les llama y en los malos sin ser llamado".

Y siguiendo esta norma, últimamente tengo que acudir al lado de mucha gente sin que me llamen. A mi alrededor sólo veo: solteros involuntarios de taitantos; separados voluntarios pero amargados; okupas parentales sin otra opción; trabajadores puteados y parados a los que les gustaría que les putearan.

Es posible que la cercanía de mi cumpleaños "XXX" me haya hecho cambiarme sin darme cuenta las gafas fashion de cristales rosados por las gafas de sol de alta protección; pero yo creo más bien que, como dice el refrán:
"Mal de muchos... ¡EPIDEMIA!".

Y eso es lo que veo a mi alrededor.

DINERO:
Lo cual me lleva al último punto. El bolsillo.

Mi propósito de año nuevo para este aspecto es remendarlo, que parece que tenga un agujero en ellos y por eso siempre los tenga vacíos.

Para ello tendría que cumplir varios puntos.
  • Dejar mi trabajo: Es con lo que sueño todos los días y la mayor parte de las noches. No más broncas, no más ironías, no más tareas inútiles, no más sueldo estable... Me temo que para poder hacer eso primero necesito cumplir otros puntos.

  • Encontrar un trabajo nuevo: Más fácil de decir que de hacer porque con el mercado actual de trabajo tengo que competir con muchos J.A.S.P. (Jovenes Aunque Sobradamente Preparados) -cuando yo misma soy una C.V.Y.M.P. (Casi Vieja Y Malamente Preparada)-. Y esto me lleva al punto fundamental.

  • Mejorar mi formación: Bufff... Mis neuronas saben lo que pone en mi DNI y han decidido que ya han cumplido su cupo en lo que a estudiar se refiere. Pese a ellas hay tres campos que debería reforzar.

    • Idiomas: Me temo que los tacos en valenciano es algo que no puedes poner en el curriculum; lo que aprendí de un novio francés no es algo que te sea de utilidad en una oficina -a menos que quieras ascender y no te moleste la pinta de Julian Muñoz que tienen mis jefes- y el inglés... soy de las que lo cantan de oído, así que imagínate el hablarlo, Diario.
      Suelo decir es "Mai neim is Pringadilla", "Plis" y "Ji is in a miting". Así que conseguir llegar al nivel alto que piden en la mayoría de las ofertas de trabajo está chupado ¿no?

    • Informática: Soy un crack manejando facebook, twitter, messenger y el correo electrónico, pero esos conocimientos no suelen estar muy solicitados... En cambio suelen pedir un montón de siglas que ni siquiera sé deletrear...

    • Títulos: Últimamente parecen cromos. Se cambian, se venden, se compran, se tienen repes... A mi nunca me han gustado los cromos (y así me va).

Visto lo visto, me parece que el año que viene no conseguiré ni dinero, ni salud, ni amor... así que aprovecharé el fin de año para anestesiarme y que al menos no me importe.





- Fin -

Por: Victoria Hyde


Aquí os pongo las entradas de las desventuras de Pringadilla en su Diario, mi personaje más disparatado.

viernes, 26 de agosto de 2011

- "Ortografía Power" - Diario de una Pringadilla.

Hoy me he levantado más ida que de costumbre... así que he decidido que voy a tunear una cadena para reenviar, a mi más puro estilo cencerril...

No sé vosotr@s, pero a mí el rico idioma español con su economía de palabra y, sus "pa' qué vamos a pensar una nueva si cambiándola una miajica significa otra cosa", por un lado me encanta y por el otro me hace tirarme de los pelos.

Dedicado a aquell@s que son como... va esta sección.

  • "Hay / Ahí / Ay":
    • "Hay" es de haber (Ej: Hay escritoras cuerdas, pero no en la romántica)
    • "Ahí" es de lugar (Ej: Ahí mismito dejé el chocolate y no sé quién se lo ha comido)
    • "Ay" es de exclamación (Ej: ¡Ay, qué peazo highlander me acabo de encontrar!)
    • "AHY" ¡¡no existe!!

  • "Haya / Halla / Allá":
    • “Haya” es de haber (Ej: Quién se haya imaginado a Hugh Jackman como personaje de una de sus novelas, que levante la mano) o "Haya" de árbol (Ej: No es buena idea tener un "arrebato" contra la corteza de un haya. Araña la espalda)
    • “Halla” es de hallar cosas (encontrar) (Ej. Si se halla un guerrero dormido y semidesnudo en una cueva, se puede reclamar el derecho de conquista o "si es redondo es mío")
    • “Allá” es de lugar (Ej: Sólo me interesa el "más allá" si La Muerte es Keanu Reeves)
    • "HAIGA" no existe.

  • "Haber / A ver":
    • "Haber" es un verbo (Ej: Haber donuts había... pero llegaste tarde)
    • Si lo que quieres es ver (de vista) debes escribir "a ver" (Ej: A ver si tengo que repartir leches a la próxima que alguien me toque los donuts).

  • "Botar / Votar":
    • “Botar” es saltar (Ej: No pienso botar delante de nadie, mi celulitis me lo prohibe)
    • “Votar” es tu derecho (Ej: No pienso votar por ningún partido, mi aversión a los políticos me lo impide).

  • "Tuvo / Tubo":
    • "Tuvo" es de tener (Ej: Quién tuvo la idea de hacer las portadas de romántica pornográficas merece que lo lapiden)
    • "Tubo" es un trozo de metal cilíndrico (Ej: Si existe un hombre que puede usar un tubo como una espada... me lo pido de guardaespaldas).

  • "Baca / Vaca":
    • "Baca" es el soporte de encima del coche (Ej: Subí tantas cosas encima de la baca que el techo del coche se me abolló)
    • "Vaca" es el animal (Ej: Los cencerros no son sólo cosas de vacas)
    • "baka" es "idiota" en japonés.

Otro día... más.

¡¡¡Ortografía Power!!!


- Fin -

Por: Victoria Hyde


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viernes, 25 de febrero de 2011

- "Chacha a mis años" - Diario de una Pringadilla

Autor: Victoria Hyde
Una nueva desventura de mi personaje más alocado FICTICIO -lo aclaro para l@s que me confunden con ella-. Jejeje.


Querido Diario:

¿Quién me mandaría hablar?

Si siempre me han dicho que calladita estoy más guapa... ¿por qué no les hice caso?

De acuerdo, soy la secretaria del director general, pero es un título mucho menos impresionante si tu empresa pertenece más a la P que a la M de Pymes.

Y es cierto que tener que responder a la pregunta recurrente de mi madre: "¿Para qué has estudiado?", con un: "Últimamente para poner cafés" le agriaría el carácter a cualquiera; pero aún así eso me servía de descanso entre: substituír a Atlas cuando tiene que ir al baño, ejercer de subcontrata de Hércules y todo ello sin despeinarme y con una sonrisa tatuada en la cara.

Entonces, ¿por qué me molestaba tanto el llevarles el café a mis jefes y a sus visitas...?

Por principios.

Después de cinco años de carrera universitaria -vale, lo confieso, siete y medio-, dominando dos idiomas extranjeros y tres nacionales -incluyendo el español y el barriobajero-, el que me digan: "¡Chica, un café!" saca a la luz mi sangre aragonesa -la de una bisabuela de la que aún hablan con temor- y, en lugar de ponerme a cantar jotas, me dan ganas de liarme a sartenazos.

Por suerte o por desgracia, nunca se tiene una sartén a mano cuando se necesita; así que no me quedó más remedio que empezar una campaña subersiva.

El café llegaba frío y con más o menos azúcar del que sé que prefieren los del "chica"; pero eso sólo incrementó mi número de paseos, el gasto en cafés de la empresa y que recibiese algún comentario sarcástico sobre tomar rabitos de pasas para la memoria... de parte de quién necesita que YO le recuerde hasta cuando tomarse la medicación. Fase 1 = Fracaso.

Fase 2. Ya puesta a andar y hacer muchos paseos... es mejor tomárselo con calma. Primero, las servilletas. Segundo, el azúcar y las cucharillas. Tercero, la leche fría. Cuarto, la leche caliente. Quinto, los cafés; con el número de viajes adecuado a su número, porque una sólo tiene dos manos. Sexto..., nada, son demasiado tacaños como para servir una triste pasta. Todas las fases adecuadamente sincronizadas, de forma que tuviese que interrumpir repetidas veces la reunión correspondiente con un gran: "¡DISCULPEN!" y una sonrisa contrita.

¡Un gran plan!

Durante unas semanas se instauró una nueva dinámica entre la cúpula dirigente. Antes de entrar en una reunión, todos los participantes pasaban por la maravillosa cafetera, seleccionaban la infusión a su gusto... y me dejaban a mi tan contenta, bregando con mi equivalente a construir pirámides -aunque me tengo que dar con el látigo a mi misma-.

Era feliz.

Era feliz hasta el día en que mi jefe me dijo: "Tengo un regalo para ti".

Frase lapidaria donde las haya. A la altura de: "Tenemos que hablar"; "¿Te has dado cuenta de que no te pareces ni a papá ni a mamá?" o "¿Puedes pasar a mi despacho? Ahora".

Quizás te parezca exagerada la comparación, Diario, pero eso es porque no conoces a mi torturador personal. Su principal afición es demostrar lo por encima que se encuentra de todos los simples mortales que le rodean y recordarme, sin ninguna sutileza, cuál es mi posición. Es decir, empleada a sueldo, lo que en su mente es equivalente de: esclava a mi servicio.

Disimulando el terror que hacía licuarse el tuétano de mis huesos -no pensaba darle la satisfacción de notarlo- fui tras él, tal y como me indicaba, hasta que cerró la puerta de su despacho tras nosotros y dijo: "Toma".

Era peor de lo que me imaginaba. Un alarido arañaba mi garganta cerrada, mientras mis pies se negaban a moverse -mi hipoteca se lo impedía-. Interpretando mi silencio como aceptación, mi jefe puso el repugnante objeto en mis manos. No su "objeto", por suerte para su integridad física; sino uno casi tan repulsivo.

Una bandeja de café

Con asitas.

Verde.

Del verde corporativo.

"Muy útil ¿verdad? Así no será necesario que andes tanto. Le da un toque elegante a la oficina y además, como sé que te gusta ir coordinada, la hemos cogido a juego con el logo empresarial".

Me hubiese gustado ser una frágil damisela para desmayarme convenientemente en ese momento y destrozar el insultante artefacto "por accidente"; pero mi antepasada aragonesa se hubiese revuelto en la tumba y mi "frágil" constitución sólo se diferencia de la de una valquiria, por un regimen espartano.

Sólo un brillo en el interior de las pupilas dejaba entrever que, desde dentro del cuerpo de un directivo fondón y semi calvo, me miraba un diablo que estaba disfrutando con el momento.

Me recompuse como pude y recuperé mi sempiterna sonrisa -de esas que no provocan patas de gallo-. Tras ponerme la humillante bandeja bajo el brazo, me giré para buscar un sitio donde golpearme con ella.

Sin embargo, una vez más, no pude contenerme y le espeté:

"Ahora sólo me falta el delantal y la cofia para ir a juego".

Sólo recibí una respuesta:

"Buena idea. Se lo comentaré a los socios a ver qué opinan".

A partir de ahora voy a incrementar mi belleza. Voy a hacer voto de silencio; ya que, como dice la sabiduría popular...

CALLADITA ESTOY MÁS GUAPA.



- Fin -

Por: Victoria Hyde


Aquí os pongo las entradas de las desventuras de Pringadilla en su Diario, mi personaje más disparatado.

viernes, 10 de diciembre de 2010

- "Antes de dormir... biodramina" - Diario de una Pringadilla

Cama torturaQuerido diario,

A Dios pongo por testigo que jamás volveré a dormir en un colchón hinchable.

Me llamarás exagerada, lo sé, pero después de una semana de compartir uno, mi habitual carácter pacífico y conciliador ha dado paso a instintos homicidas.

Todo empezó como es habitual por mi trabajo. Bueno, en realidad por mi sueldo mísero de mileurista y mi necesidad de poner el mayor número de kilómetros posibles entre mis jefes y yo. Había pasado demasiado tiempo desde las vacaciones de verano y mi capacidad para soportar estupideces y mezquindades estaba llegando a su límite.

Aprovechando el acueducto de diciembre decidí organizar un viaje con amigos para desestresarme, cosa más sencilla de decidir que de hacer, debido a mi cuenta corriente que más que en rojo había alcanzado ya el Efecto Doppler cósmico.
Efecto Doppler
Tuve que descartar pronto Australia -y no me planteé Marte porque aún no hay vuelo directo- por los precios prohibitivos. Por el mismo motivo descarté el norte de Europa, el centro de Europa, Portugal, Canarias, Baleares, Barcelona... y cuando empecé a sumar el precio de los hoteles tuve que renunciar a salir de mi habitación.

Me deprimí durante un rato hasta que recordé la única opción viable, la okupación descarada. Debería darme vergüenza, estoy de acuerdo Diario, pero todo vale en el amor y en las vacaciones.

Hice una lista de los amigos con casa propia -sí, tengo amigos. Estoy arruinada pero soy simpática- a lo largo del territorio nacional, entamé discretas negociaciones con aquellos dispuestos a acogernos a mi y a un acompañante durante más de unas horas y acabé con una dirección posible, en el sur más soleado de España.

Después de dar saltos de alegría, secuestré a una amiga en mis mismas circustancias, hice la maleta a toda prisa y nos dispusimos a conducir durante más de una jornada laboral para llegar a nuestro destino. Es increíble cómo se parecen los españoles a un rebaño de ovejas cada vez que se menciona la palabra "puente", por lo que las carreteras parecían una senda de trashumantes en plena estampida.

Tras muuuchas horas -y un cargamento de provisiones poco sanas después-, llegamos a nuestro destino y nos dispusimos a visitar la ciudad... bajo una lluvia torrencial. Parecía que Dios se había dado cuenta de mis pecados y había decidido repetir el Gran Diluvio; pero pocas cosas me asustan tras mis ambiente de trabajo así que nos pertrechamos como si nos fuésemos a pescar atunes y salimos dispuestas a divertirnos.

Lo conseguimos.

El problema fue al llegar de nuevo al domicilio de los pringados, digo... de mis amigos que nos acogían con tanta amabilidad (ejem...); nuestra habitación iba a ser el salón -bueno, más bien saloncitocitocito- y nuestra cama un maravilloso colchón de matrimonio que sus padres habían usado sólo la semana anterior.

Perfecto. Como si me hubiesen dicho que tenía que dormir en una cama de fakir, estaba de vacaciones y dispuesta a soportar cualquier incomodidad por ello... o eso creía yo.

  • Lo primero, hincharlo.
    Fácil. La mayoría de los más modernos tienen un cómodo sistema de hinflado eléctrico, pero éste no era el caso; debía ser el sistema que sacaron justo después de tener que hincharlos a puro pulmón, por lo que disponíamos de un cómodo accesorio de pedal para darle vida a nuestra cama. Si hay algo que odio en un gimnasio son los aparatos que simulan "escaleras" y que se suponen que son buenos para mis glúteos; personalmente siempre he creído que lo mejor para esa zona de mi anatomía es un sofá, así que no estuve mi contenta de tener que subirme el equivalente del Empire State antes de dormir. Fue duro, pero lo conseguimos. Ya teníamos un amplio colchón dónde descansar.

  • Segundo paso. Hacer la cama.
    La primera característica que se nos suele ocurrir al pensar en plástico es... "resbaladizo" y así es, hacer una cama hinchable es como intentar atrapar un gorrino engrasado. Cuando coges un extremo, se te suelta el opuesto y sueles acabar en el suelo en el proceso.

    Con mi mentalidad práctica la cama acabó "vestida" pronto, le puse cinta de carrocero por debajo y las sábanas no se movieron de su sitio lógico.

  • Tercer paso, dormir.
    Ésta es la parte más sencilla de todo el proceso, al menos en teoría, pero pronto descubrimos tres problemillas de nada.

    1. El suelo:
      Siguiendo con la clase de física, tenemos el principio de la transmisión del calor. Cuando entran en contacto una zona caliente y una fría con un material trasmisor en medio la temperatura se reparte entre ellos hasta conseguir una media.

      Problema, hay pocas cosas más frías que un suelo de mármol; pocas cosas más trasmisoras que el aire del que habíamos rellenado nuestro magnífico colchón y la única fuente de calor éramos nosotras dos -y con el clima lluvioso no íbamos sobradas. La conclusión es obvia. Pese a que, en teoría el plástico es aislante, los fabricantes de esa máquina de tortura habían conseguido una paradoja física, con lo que poco a poco la piedra iba dejándonos congeladas.

      Lo resolvimos entrando en modo "croqueta".
      Instrucciones de uso
      -Extiendes parte del nórdico por debajo de ti.
      -Te tumbas encima.
      -Te rebozas con el resto del nórdico.
      -Tu compañera repite el proceso en el otro extremo.
      -Intentas generar calor.

    2. El movimiento:
      Cama BarcoDespués de mi experiencia, recomiendo tomar biodramina antes de dormir en un colchón hinchable -sobre todo si es de matrimonio y tu compañera de sueño no se está quieta-.

      Cada pequeño movimiento se amplifica según la teoría de ondas en un estanque... y acabas soñando que estás en el Titanic en pleno hundimiento como me pasó a mi.

      Ella se hunde, tú te elevas. Ella se levanta tú te hundes. Ella se deja caer de golpe, tú sales disparada como en un trampolín.

      P.D: El suelo de mármol, además de frío, está duro si caes de golpe a mitad de la noche.

      No hay solución posible excepto mandar a tu amiga al sofá -porque no teníamos que si no...- o asesinarla mientras duerme, pero esa última opción tampoco es fácil si duermes en una cama elástica (es complicado hacer suficiente fuerza).

    3. El tiempo:
      No me refiero al atmosférico -aunque seguía tronando y diluviando- sino al cronológico.

      Si aplicas una presión constante -dos cuerpos bien alimentados- sobre una superficie llena de un fluído -aire- contenida dentro de un material -plástico- con una pequeña fisura... el fluído se va escapando del contenedor a un ritmo constante debido a la presión.

      En este caso puedo confirmar que el tiempo necesario para vaciar un colchón hinchable con un agujero casi invisible... son ocho horas de sueño.

      Nos despertamos en la mejor tradición de los ascetas, durmiendo en el suelo.

¿Qué más puedo decir? Si vas a okupar la casa de otra persona, mejor asegúrate de que tiene camas suficientes.

Ahora casi estoy deseando volver a mi casa y a trabajar. Casi.


- Fin -

Por: Victoria Hyde


Aquí os pongo las entradas de las desventuras de Pringadilla en su Diario, mi personaje más disparatado.

sábado, 6 de noviembre de 2010

- "Sábanas de Velcro" - Diario de una Pringadilla

Querido Diario:

ME HE DORMIDO.

Ya sé que no te extraña y que no es la primera vez, pero esta ocasión se merece las mayúsculas. Me he despertado a la hora en que tengo que coger el autobús.

Tras saltar de la cama, me he enfundado en la primera ropa que he pillado en el armario y -mientras que escapaba- he atrapado varios complementos al azar y los he embutido en el bolso tipo Mary Poppins que suelo llevar siempre. Me he calzado las botas -sin abrochar- y he "chancleteado" como he podido hasta la parada, mientras arrastraba el abrigo.

Tendría que haber avisado a los del record Guiness, porque cinco minutos después de haber abierto los ojos estaba cancelando el billete. Sin peinar, a mitad de vestir, sin desayunar y -lo peor de todo- sin ir al baño.

Fingiendo una conveniente ceguera, me he batí en retirada hasta la última fila del autobús, ante la mirada atónita del resto de viajeros. Mi aspecto debía ser peor de lo que pensaba, porque mi vecino de asiento se giró disimuladamente hacia un lado escondiéndose tras el periódico abierto.

Jadeé para recuperar el aliento e hice cálculos. Tenía cosa de media hora hasta llegar a mi puesto de trabajo. Si todo salía bien, sólo llegaría quince minutos tarde y podría echarle la culpa al tráfico.

VESTUARIO:
Lo primero, abrochar los cordones de las botas de tacón alto, sacar los pantalones por fuera de la caña, cerrar la cremallera del pantalón, meter la camisa por dentro de los pantalones, volver a abrochar la camisa, estirar el... No, no podía estirar el jersey porque me acababa de dar cuenta que lo llevaba del revés. Mierda. La camisa se trasparentaba y me había puesto un sujetador negro...

Tras sopesar mis escasas opciones, opté por el método "tienda de campaña". Es decir, te quitas el abrigo; lo extiendes por encima de ti como si estuvieses montando la tienda; te escondes debajo; te retuerces para quitarte el jersey, darle la vuelta y volvértelo a poner -desde fuera parece la tienda de una pareja de novios a medianoche- y surges de tu capullo casi ahogada con el esfuerzo. Ese es el momento de sonreír a la abuela que te mira horrorizada como si fuese lo más normal del mundo.

PELUQUERÍA:
Siguiente paso. Sacar del bolso el espejo portátil y comprobar el reflejo. Me recordé que era muy importante no gritar en este punto, ya que había muchos malos madrugadores arañando un sueñecito a mi alrededor.

Mi aspecto... era el de Alaska en un mal día. La noche anterior me había lavado el pelo, BIEN; pero no me lo había secado, MAL. Mi masa de rizos había decidido jugar al twister mientras que yo dormía y ahora formaba algo compacto sobre mi cabeza. Por desgracia para mí trabajo de cara al público, por lo que tengo que aparecer con un aspecto mínimamente presentable.

Respirando hondo me puse manos a la obra. Abrí la botella de agua y pasé las manos mojadas sobre la superficie rebelde; batallé con fiereza contra los nudos con la ayuda de una pinza solitaria; cuando conseguí que el cabello subrayara mi cráneo -más o menos- lo ceñí con una coleta hasta hacerme desaparecer las patas de gallo; retorcí el estropajo distante como pude y lo acribillé con un par de palillos que encontré en el fondo del saco del tesoro -de mi última visita al chino- y conseguí un efecto arreglado pero informal. Si alguien preguntaba iba a jurar y perjurar que el efecto cardado lo había visto en una revista.

COMPLEMENTOS:
Listo, lo siguiente eran los complementos. Siguiendo la ley de Murphy, ninguno de los cinturones me cabía por las presillas, por lo que cogí un par de ellos y los puse por encima del conjunto -imitando a un pistolero-. Las joyas. En los bolsillos del bolso encontré tres pares diferentes de pendientes para elegir y cuatro más desparejados... Me decidí por unos e intenté ponérmelos. ¿Has intentado ponerte unos pendientes en una zona con vadenes? (mejor no hablar de su efecto en una vejiga bajo presión). Es como hacer prácticas de fakir. Varios dolorosos momentos después, había conseguido la hazaña.

MAQUILLAJE:
La siguiente fase era la reconstrucción facial. Soy una experta -sobre todo en llegar tarde-, por lo que suelo llevar un set de emergencia con lo imprescindible para retoques de última hora.

  • Colorete: Según aprendí en una revista, a la hora de aplicar el rubor adecuado hay que poner cara de pez. Así que lo hice. Un niño se rió de mi.

  • Sombra de ojos: Siguiendo con mi camuflaje animal, mis ojos imitaban con convicción los de un sapo; así que -desesperada- cogí el estuche y procedí a su disimulo. ¿Te acuerdas de Obelix, Diario, cuando decía que él no estaba gordo, sino que eran las rayas..? pues es la misma técnica. Trazas franjas de colores decrecientes hacia afuera, de forma que lo que es convexo vuelva a parecer cóncavo. Aunque es bastante complicado en un atasco, con los frenazos correspondientes. Tuve que frotar con un pañuelo dos veces porque parecía el folio de un niño pintando con los dedos.

  • Cejas: Las cejas no se maquillan, seguro que te dirás a ti mismo. Las mías sí. O más bien se peinan y fijan para evitar que parezcan las de Groucho Marx. Un rimmel transparente hace bien el trabajo.

  • Rimmel: La postura correcta para ponerse rimmel en las pestañas -por muy ridícula que parezca- es abrir la boca al máximo, mientras intentas que los dientes sigan cubiertos por los labios y abres los ojos de par en par -mirando hacia arriba si eres capaz de coordinarlo-.

    Para que sea más fácil de imitar, el resultado debería ser parecido a éste: (la capucha es opcional). Se aconseja no hacerlo delante de público para evitar que te hagan una foto con el móvil como me pasó a mi...

    No sé si habéis visto a algún autobús intentando adelantar por la autopista, no es muy común; pero mi "autobusero" se creía que iba montado en el Delorian e iba dando bandazos de uno a otro carril. ¿Resultado? Acabé disfrazada de pierrot. Con la cara blanca por el susto y un surco negro vertical bajo el ojo.

    Volví a restregar con fuerza con el pañuelo, hasta que desapareció la mancha del crimen y repetí el proceso. ¡Perfecto!

  • Pintalabios:
    Fácil. Dibujas la forma adecuada en el borde de los labios, con cuidado de no parecer Carmen de Mairena ni Betty Boop, y se repasa por dentro con pintalabios permanente. Cinco minutos con la boca semiabierta -como tras una inyección de colágeno- para que no se te resquebraje el barniz y para finalizar una capita de brillo para que no se te cuarteen los labios.

¡JUSTO A TIEMPO! La siguiente era mi parada. Recogí mis bártulos y toqué con suavidad el hombro de mi autista compañero de asiento para que me dejase pasar. Bajó la barrera periodística y me sonrió tomándome las medidas con la mirada. Cuando pasé frente a él me susurró: "Lástima que no me haya dado cuenta de cuando se ha sentado semejante mujer a mi lado".

Por un lado me sentí aliviada de que no me reconociese, mis esfuerzos no habían sido en vano; por otro... me deprimí. Si mi aspecto recién levantado es tan malo... no me extraña que pocos hombres hayan resistido el "día después".

Con los pensamientos tan negros como mi rimmel, "sprinté" hacia el edificio donde trabajo -rociándome con colonia- y ¡milagro! conseguí cumplir mi objetivo. Sólo quince minutos pasaban de mi hora teórica de fichaje.

No había desayunado, estaba deprimida, necesitaba un dodotis y tenía flato. En resumen, cuando entré en la oficina en lugar de decir "Buenos días", gemí:

"-¡CAFÉEE...!"



- Fin -

Por: Victoria Hyde


Aquí os pongo las entradas de las desventuras de Pringadilla en su Diario, mi personaje más disparatado.

jueves, 14 de octubre de 2010

- "Una ovejita..., dos ovejitas..., ¡un asado!" - Diario de una Pringadilla

Querido diario:

No puedo dormir.

Y nos dieron las diez y las once. Las doce, la una, las dos y las tres...!" como cantaba Joaquín Sabina y aquí estoy yo, con los ojos como platos. Si fuese sólo hoy... pues me pondría a leer, o vería la tele; pero ya llevo unos cuantos. No quiero ni pensar en el número exacto.

El despertador se acerca, me sé todos los anuncios de la teletienda, he dado tantas vueltas en la cama que me he mareado y -de tanto ver pasar ovejitas- me ha entrado hambre.

Renunciando a que me entre sueño por si solo, he decidido entrar al ataque:

1. Métodos de la abuela:

  • Vaso de leche caliente:
    Según decía mi abuela -que en paz descanse- lo mejor para dormir es un buen vaso de leche caliente con miel y canela, aunque... ¿esto último no era afrodisiaco? Descartando mis dudas, me fui a la cocina, preparé una jarra -que no fuese por falta de dosis-, me la tomé esperanzada y me fui a la cama.
    Cuando estaba a punto de dormirme, empecé con las visitas al baño; la vejiga tenía que ocuparse de una jarra de líquido.

  • Larga ducha caliente:
    Ya que estaba cerca de la bañera, aproveché para poner el marcha el segundo método y me puse a remojo. Tuve que salir porque el sonido del agua corriendo, había vuelto a despertar mi vejiga. Volví a entrar. Era la gloria. El calor se iba infiltrando poco a poco hasta los huesos, relajando los músculos tensos por el insomnio. El chorro del agua masajeaba mis cervicales contraídas por las vueltas. El vapor me abría los poros y me cerraba los ojos... ¡Hasta que se acabó el agua caliente de golpe!
    Después de mi alarido, creo que no fuí la única con insomnio en mi edificio.
    A estas alturas parecía un buho dopado con anfetaminas, por lo que tenía que quemar energías.

  • Cansarse:
    • Ejercicio
      El problema es qué puedes hacer de madrugada que te canse y que no despierte a los vecinos... -¡máldita canela!-. Como las posibilidades eran pocas, opté por hacer abdominales... pero tuve que abandonar la idea con rapidez. Resulta que para hacerlas, necesitas tenerlas primero y yo sólo tengo cascadas de michelines; por lo que por mucho que mi mente intentase que mi nariz tocase las rodillas, mi espalda seguía pegada al suelo. Deprimida, pasé al plan B.

    • Organizar los libros
      Pensarás que eso no es muy cansado Diario, pero ¡no sólo te tengo a ti! Soy compradora compulsiva y adicta a las letras en general, por lo que mi colección formaba precarias columnas a lo largo de toda la casa. El primer paso era juntar todos los ejemplares dispersos en su ubicación teórica, el despacho, -utilizando el móvil como linterna para no despertar a nadie-. Aunque es más fácil de decir que de hacer. ¡Encontré libros hasta en el cesto de la ropa por planchar! Eso seguro que fue cosa de mi madre en su última visita. Cuando ¡por fin! me puse a organizarlos llegó el segundo obstáculo. Como toda buena desorganizada, cuando me decido a clasificar alcanzo niveles de "obsesiva compulsiva". Por género, por autor, por serie, por títulos... Era imprescindible que estuviesen en su sitio adecuado. Cada vez que daba la gesta por terminada, mi cabeza no conseguía permanecer en la almohada. Siempre recordaba algo que podría estar mejor organizado. Cuando estaba planteándome con seriedad encender el ordenador para hacerme las fichas bibliográficas de cada libro... decidí que la sabiduría popular está sobrevalorada... y mejor pasaba a una técnica más moderna.

2. Métodos New Age:
Encendí el ordenador.
  • Infusión de camomila:
    Una amiga trasnochadora me la recomendó por su propiedades relajantes, pero mi vejiga aún protestaba del último tratamiento y no quise darle más trabajo.

  • Meditación:
    Según todas las webs que consulté es la panacea contra el insomnio, así que seleccioné los más populares.

    • Yoga:
      "Vale, eso puedo hacerlo", pensé con optimismo.
      Primero lo intenté con una postura de yoga asana la Shirshasana... que es tan difícil como pronunciarlo. Básicamente es hacer el pino pero apoyada en los codos y la cabeza. Dicen que es mano de santo, pero también hacen falta abdominales...; así que abandoné tras una caída en forma de nudo.

    • Relajación:
      Después probé con mi favorita -porque se hace tumbada e inmóvil-. Me volví a la cama. Me puse unos calcetines gordos -no me preguntes por qué Diario, se ve que es importante tener los pies calientes-. Coloqué las manos encima del diafragma y me dispuse a meditar.
      - Lo primero la respiración. Prohibido los pulmones, tiene que ser con la tripa. Mis conocimientos de anatomía están oxidados pero creo que hay algún fallo en ese punto... En fin, respirar haciendo que se levanten las manos expirar levantando el pecho. No es fácil, la mitad del tiempo tenía que retener la respiración hasta que me acordaba por dónde iba.
      - Dejar la mente en blanco. En blanco en blanco, no. Pero con dibujitos por la falta de aire, sí. Supongo que eso contaba.
      - Concentrarse en las sensaciones. "Me estoy ahogando". Hecho.
      - El cuerpo pesa. "Vale, lo sé. Pesa más de lo que debería, tengo que ponerme al regimen, ¡pero si no duermo como!". En este punto, la irritación iba boicoteando la relajación.
      - Te concentras en las puntas de los dedos de los pies. Vale, lo intenté. Pensé en mis dedos de los pies. Incluso los visualicé. Y lo que vi son: cutículas rebeldes, unas uñas casi dignas de ascender a garras y las escamas restantes de la última vez que se me ocurrió pintármelas.

      "¡A la mierda la meditación!". Ahora tenía un problema más en mi mente y salí disparada a por algodón y pinceles.

"¡Eran las cinco la mañana...!" como cantaba Juan Luis Guerra en su canción "Visa para un Sueño" cuando decidí pasar a los:

3. Métodos Desesperados: Sólo me quedaba aburrirme a muerte. Veamos...

  • Pintarme las uñas
    Puede haber gente a la que la manicura le relaje, pero para mi es un stress. Me falta elasticidad para llegar al extremo de mi cuerpo. Tengo la mitad de las uñas más diminutas que el pincel -por lo que acabo pintándome el dedo entero- y mi pulso no me permitiría robar panderetas... así que, en lugar de una obra de arte, al final parezco el escenario de una matanza con mi manía de pintármelas rojo sangre.

  • Planchar:
    El esmalte no se secaba ni a la de tres y sólo podía caminar como un pingüino con ampollas, así que... había que buscar algo tremendamente aburrido y que pudiese hacer inmóvil, preferentemente sentada. El agujero negro dónde había encontrado un libro perdido, me llamó desde su cuarto reservado. Hay gente a la que se le acumula la plancha... la mía parece "Jabba El Hutt" y se mueve si no la vigilo.
    La ataqué blandiendo el arma caliente y me peleé con ella durante largo tiempo. La batalla fue dura. El sudor me corría por la espalda, los brazos me dolían de atacar sin piedad y, a pesar de ello, los enemigos parecía que se reproducían. Vencí, pero los cadáveres se amontonaban a mi alrededor y no podía enterrarlos en sus respectivos cajones porque sólo empezaba a amanecer.

Querido diario, Me gustaría decir que tras mis esfuerzos caí inconsciente, pero el olor a acetona y mis agujetas no me han dejado dormir. En fin, al menos llevo la manicura hecha en plan arco íris, mi biblioteca está ordenada, la plancha hecha,... Cuando se despierte, mi pareja va a pensar que hemos recibido una visita de los duendes. En cuanto a mí... ya tengo el menú para esta noche, cordero.
- Fin -
Por: Victoria Hyde
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sábado, 9 de octubre de 2010

- "¡Ni que yo fuese Cenicienta!" - Diario de una Pringadilla

Querido Diario:

¡Seguro que el desafortunado criado que tuvo que encontrar a Cenicienta, tuvo menos problemas que yo para lograr que el zapato encajara!

Te pongo en antecedentes. Como bien sabes, hace ya algunos añitos que bailo salsa y -una vez que pasas del "paso pa'lante, paso pa'tras" a "¡Dios qué mareo! ¡Éste se ha creído que soy una peonza!"- es conveniente comprarse unos zapatos de baile como Dios manda.

Pero los zapatos de baile, a pesar de su utilidad, tienen tres problemillas:

  • 1º) El Precio: Vale que son de piel, que tienen el tacón de acero y la suela de terciopelo... pero parece que los fabriquen con pan de oro... Así que los uso hasta que se suicidan.
  • 2º) Son sandalias: Y pensarás... eso no es un problema. ¡Cómo se nota que tú no tienes pies, Diario! Llevar sandalias en una pista de baile abarrotada de paquidermos, novatos, "porque yo lo valgo" y demás energúmenos, significa tener que comprar acciones de trombocid.
  • 3º) Que encajen: Ese no es un problema para la mayoría de la gente... pero ayer coincidimos en la tienda tres mujeres que lo sufríamos.
Y este tercer problema fue el que nos hizo aliarnos. Para salvaguardar nuestros alter ego, os diré nuestro nombre de heroínas. Allí estabamos: "Supermodelo", guapísima, metro ochenta de estatura y un cuarenta y dos de pie; "Fido Dido" con un precioso pie muuuy delgado y yo, el "Hobbit", no creo que haga falta explicar más -pero sin pelos gracias a Santa Cera Caliente-. No quiero oír ni una risa al respecto.

Total, que entramos en la tienda con toda nuestra inocencia y empezamos a mirar hileras y más hileras de hermosos zapatos de todos los colores del arco íris y todas las formas imaginables. Nos sentamos y empezamos pedir números de nuestros preferidos.

Al ver el pie de "Supermodelo", la dependienta empezó a parpadear como un buho con legañas y se puso el casco de minero para rebuscar en el almacén algo que le cupiese. Mientras tanto, "Fido Dido" hacía prácticas para las Olimpiadas de invierno en los zapatos. Y yo... me peleaba con los modelos. Estas tiras no dan de si. Estas otras no sujetan al tobillo, esta plantilla se despegará, esta otra es de plástico, esta zapato no está bien rematado, estos son feos, este tacón es demasiado bajo, este es demasiado alto...". Cuando mi dependiente había empezado a afilar la navaja bajo mi nariz, me decidí por unos pocos modelos para probarme. Y ahí empezó el suplicio.

"Supermodelo" seguía suspirando delante de los tres únicos modelos disponibles para su pie. Dos abominables y uno que no se lo podía abrochar, porque la tira se quedaba corta.

"Fido Dido" empezó a hablar seriamente sobre plantillas de relleno o calcetines de lana.

Y yo, como buen "Hobbit", empecé a repetir: "¿De éste tiene un número menos?" con todos los zapatos que me probé. Me trajeron una nueva remesa y "Fido Dido" aprovechó para reciclar los antiguos, a ver si tenía suerte. Me probé los nuevos. "¿De éste tiene un número menos?" volví a repetir, ante la estupefacción de todos y el cachondeo sin disimulo de "Supermodelo".

La hora de cierre había pasado, las dependientas conspiraban nuestro asesinato y la única que había conseguido zapatos era "Supermodelo" y, tan sólo, porque el dueño era zapatero y se había ofrecido a hacerle un apaño -al zapato, no a ella, aunque... por las miradas que le echaba, no lo tengo yo muy claro-. "Fido Dido" seguía probando nuevas formas de atar las cintas, que cada vez se parecían más a apretar la cincha a un burro. Y yo... Descarté algunos modelos en los que -a pesar de que mis pies parecían morcillas- seguía teniendo una pista de aterrizaje en la parte delantera de la puntera; conservé dos pares más o menos aceptables y pregunté de nuevo: "¿De éste tiene un número menos?". Me tenía que haber imaginado la respuesta: "Sólo para niños".

Aquí, ya no se retuvo ninguno. Ni "Supermodelo", ni "Fido Dido", ni las dependientas, ni un par de curiosos, ni siquiera el dueño que -a mi modo de entender- debería haber tenido un poco más de visión de negocios. Todos hicieron retumbar el local con sus carcajadas.

Como buen "Hobbit" no me enfadé -aunque echase sapos por dentro- y me quedé un buen rato deliberando ante mis dos opciones. Unos sosos zapatos negros sin ninguna gracia y unas increíbles sandalias de raso con tacón plateado y drapeadas por delante. Eran mi sueño hecho realidad. ¡Eran perfectas!... Y moradas. Sin lugar a dudas, estaba gafada. Hay pocos colores más dificiles de combinar que el morado, sin contar que le quedaba mejor un conjunto de lentejuelas. Las miré; las remiré; me probé los otros; me probé los descartados, por si me hubiese equivocado; le pasé unos a "Fido Dido", le encantaron y casi se los lleva puestos. Al final me rendí y me las llevé, para alivio de todos. Me hicieron la ola. ¡Qué exagerados! Total, sólo cerraron una hora más tarde.

Así que salimos las tres con zapatos:
  • "Supermodelo" con unos remendados muy caros
  • "Fido Dido" con unos con los que, aún así, debería usar plantillas de gel
  • Y yo, el "Hobbit", con unos ideales, los más caros de la tienda. Morados.


La próxima vez me busco unos de cristal que, además, vienen con príncipe incluído.



- Fin -

Por: Victoria Hyde


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viernes, 28 de agosto de 2009

- "Cargando pilas… en el enchufe equivocado" - Diario de una Pringadilla

Querido Diario,

Estoy muerta.

Mi primera experiencia en esto de la relajación acuática ha resultado… traumática. Algo normal si se tiene en cuenta que esta clase de torturas como la sauna, las inventaron para tiarronas nórdicas y no para retacos españoles.

Al llegar todo muy bien. Las auxiliares hicieron caso omiso de mis tics nerviosos y me condujeron a un vestuario, dónde me calcé las chanclas y me enfundé un cómodo albornoz. Al comprobar en el espejo que, efectivamente, parecía un pitufo con el moño alto que me había hecho -porque no me cabía todo el pelo dentro del gorro de baño-, me consideré lista y entré en el circuito.

Me hicieron volver a salir porque tenía que meterme en la ducha para eliminar mi tufo a clase media.

Volví a entrar.

Lo primero, el calor seco. Una sala minúscula y unos bancos de azulejos radiantes, en los que tenías que sentarte durante 10 minutos. Duré 5. Cualquiera que se haya intentando sentar en una moto dejada demasiado tiempo al sol, puede saber cómo me sentía sin pagar un dineral por ello.

Lo siguiente algo llamado Caldarium, calor húmedo. Ese nombre ya me puso la mosca detrás de la oreja y –tras asegurarme que no había una tribu de caníbales con una olla y perejil- entré. Eso parecía la selva tropical –y no porque yo haya estado-. Avancé tanteando hasta sentarme en un ambiente en el que costaba ver y más respirar, era como si en lugar de inspirar el aire, te lo estuviese comiendo. Otros 5 minutos y una indigestión de vapor después, salí sudando como un oso polar en el desierto –me había depilado ¡lo juro!- y me quedé durante 15 más bajo el agua fría de la ducha.

Ignorando con decisión todos los carteles que gritaban SAUNA, logré escabullirme de la tercera fase y llegué al circuito de hidroterapia. Es decir, una piscina con un montón de chorros de agua. Un poco decepcionada, decidí disimular mi ignorancia en estas lides y bajar las escaleras como si fuese la mismísima Audrey Hepburn. Lo conseguí. Aunque después casi me ahogo. ¡A quién se le ocurre colocar una piscina en mitad del Triángulo de las Bermudas! La potencia de los chorros situados en diferentes esquinas creó una corriente que logré sortear nadando como una posesa, hasta aferrarme a una barandilla sumergida.

No entiendo por qué, en las instrucciones que te dan antes de entrar, no dicen que tienes que venir con un bañador de los años 20. Fue arrimarme a la orilla y un montón de chorros obsesos intentó desnudarme. Aferrándome a las partes de mi bikini mientras escupía agua, me alejé hacia zonas con menos marejada, arrastrada por el sujetador hinchado que me hacía la función de velas –ya sabía yo que había sido muy optimista con la talla…

Observé a mí alrededor y vi que el resto de pacientes no se habían puesto el chaleco salvavidas, así que utilicé mis olvidados conocimientos de ballet y me dirigí de puntillas hacia la zona más segura, un banco sumergido. Lo complicado fue encaramarse sobre él: dentro del agua, con los chorros que seguían saboteándome, la altura para suecas y mi baja forma física. Al final lo conseguí. Poco tiempo después, los chorros situados bajo mi… pompis -por llamarlo de alguna manera- me desincrustaban la celulitis a presión. Ríete de las liposucciones. Si no me quedé como Robbie Williams en el vídeo ese del strip-tease “integral” faltó poco. Allí estaba yo, intentando parecer Cleopatra en su diván, mientras me aferraba con una mano a una barandilla y con la otra a la parte inferior de mi bikini que estaba intentando emigrar.

Pero lo peor es que, a mi lado, un par de hombres maduros –y peludos- estaban hablando seriamente de la crisis laboral que sufría España en estos momentos y lo duro que era tener trabajadores inútiles.

Me tragué una respuesta borde –junto con un montón de agua- y me lancé de la mesa de tortura intentando poner distancia con esa extraña especie llamada empresarios.

Más estresada que nunca, logré escuchar a unas matronas –a pesar de las palpitaciones en mis oídos- hablar de lo relajante que era el masaje pies de los chorros de la esquina, así que para allí fui.

Efectivamente, unas burbujas mostraban el punto en el que había un jeyser vertical. Ni corta ni perezosa me planté encima y casi me muero… de la risa. Siempre me había preguntado como funcionaba la tortura china. Ya lo sé. Les metían en un spa. Desternillándome, intenté en varias ocasiones surfear sobre la corriente ascendente pero, con mi escaso metro sesenta, era demasiado para mi y salía siempre lanzada en todas direcciones a carcajada limpia.

Fueron dos horas muuuyy largas. Los chorros para masajear la nuca me pasaban por encima de la espalda. Los de la espalda me lanzaban como un cañón de circo y tenía que aferrarme como un mono a la barandilla del lado, para conseguir que me diesen ligeramente. Los que estaban instalados en asientos, me dejaban muy… contenta. Tendré que ir más a menudo cuando no me coma ni una rosca. ¡Y no pienso añadir ningún detalle bochornoso más al respecto, Diario cotilla!

Al final, tuve que salir como una foca varada escalando el lado de la piscina, ante la horrorizada estupefacción de los ricos clientes, porque era incapaz de nadar contracorriente para alcanzar las escaleras.

Resumiendo querido Diario, me duele todo, estoy agotada, hago ruido al andar de la cantidad de agua con sales que he tragado, se han reído de mí los jefes de otras personas y el lunes tengo que ir a trabajar para que se rían de mí los míos.

Y encima he pagado por ello.



- Fin -

Por: Victoria Hyde


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