Querido diario,
A Dios pongo por testigo que jamás volveré a dormir en un colchón hinchable.
Me llamarás exagerada, lo sé, pero después de una semana de compartir uno, mi habitual carácter pacífico y conciliador ha dado paso a instintos homicidas.
Todo empezó como es habitual por mi trabajo. Bueno, en realidad por mi sueldo mísero de mileurista y mi necesidad de poner el mayor número de kilómetros posibles entre mis jefes y yo. Había pasado demasiado tiempo desde las vacaciones de verano y mi capacidad para soportar estupideces y mezquindades estaba llegando a su límite.
Aprovechando el acueducto de diciembre decidí organizar un viaje con amigos para desestresarme, cosa más sencilla de decidir que de hacer, debido a mi cuenta corriente que más que en rojo había alcanzado ya el Efecto Doppler cósmico.
Tuve que descartar pronto Australia -y no me planteé Marte porque aún no hay vuelo directo- por los precios prohibitivos. Por el mismo motivo descarté el norte de Europa, el centro de Europa, Portugal, Canarias, Baleares, Barcelona... y cuando empecé a sumar el precio de los hoteles tuve que renunciar a salir de mi habitación.
Me deprimí durante un rato hasta que recordé la única opción viable, la okupación descarada. Debería darme vergüenza, estoy de acuerdo Diario, pero todo vale en el amor y en las vacaciones.
Hice una lista de los amigos con casa propia -sí, tengo amigos. Estoy arruinada pero soy simpática- a lo largo del territorio nacional, entamé discretas negociaciones con aquellos dispuestos a acogernos a mi y a un acompañante durante más de unas horas y acabé con una dirección posible, en el sur más soleado de España.
Después de dar saltos de alegría, secuestré a una amiga en mis mismas circustancias, hice la maleta a toda prisa y nos dispusimos a conducir durante más de una jornada laboral para llegar a nuestro destino. Es increíble cómo se parecen los españoles a un rebaño de ovejas cada vez que se menciona la palabra "puente", por lo que las carreteras parecían una senda de trashumantes en plena estampida.
Tras muuuchas horas -y un cargamento de provisiones poco sanas después-, llegamos a nuestro destino y nos dispusimos a visitar la ciudad... bajo una lluvia torrencial. Parecía que Dios se había dado cuenta de mis pecados y había decidido repetir el Gran Diluvio; pero pocas cosas me asustan tras mis ambiente de trabajo así que nos pertrechamos como si nos fuésemos a pescar atunes y salimos dispuestas a divertirnos.
Lo conseguimos.
El problema fue al llegar de nuevo al domicilio de los pringados, digo... de mis amigos que nos acogían con tanta amabilidad (ejem...); nuestra habitación iba a ser el salón -bueno, más bien saloncitocitocito- y nuestra cama un maravilloso colchón de matrimonio que sus padres habían usado sólo la semana anterior.
Perfecto. Como si me hubiesen dicho que tenía que dormir en una cama de fakir, estaba de vacaciones y dispuesta a soportar cualquier incomodidad por ello... o eso creía yo.
Fácil. La mayoría de los más modernos tienen un cómodo sistema de hinflado eléctrico, pero éste no era el caso; debía ser el sistema que sacaron justo después de tener que hincharlos a puro pulmón, por lo que disponíamos de un cómodo accesorio de pedal para darle vida a nuestra cama. Si hay algo que odio en un gimnasio son los aparatos que simulan "escaleras" y que se suponen que son buenos para mis glúteos; personalmente siempre he creído que lo mejor para esa zona de mi anatomía es un sofá, así que no estuve mi contenta de tener que subirme el equivalente del Empire State antes de dormir. Fue duro, pero lo conseguimos. Ya teníamos un amplio colchón dónde descansar.
La primera característica que se nos suele ocurrir al pensar en plástico es... "resbaladizo" y así es, hacer una cama hinchable es como intentar atrapar un gorrino engrasado. Cuando coges un extremo, se te suelta el opuesto y sueles acabar en el suelo en el proceso.
Con mi mentalidad práctica la cama acabó "vestida" pronto, le puse cinta de carrocero por debajo y las sábanas no se movieron de su sitio lógico.
Ésta es la parte más sencilla de todo el proceso, al menos en teoría, pero pronto descubrimos tres problemillas de nada.
Siguiendo con la clase de física, tenemos el principio de la transmisión del calor. Cuando entran en contacto una zona caliente y una fría con un material trasmisor en medio la temperatura se reparte entre ellos hasta conseguir una media.
Problema, hay pocas cosas más frías que un suelo de mármol; pocas cosas más trasmisoras que el aire del que habíamos rellenado nuestro magnífico colchón y la única fuente de calor éramos nosotras dos -y con el clima lluvioso no íbamos sobradas. La conclusión es obvia. Pese a que, en teoría el plástico es aislante, los fabricantes de esa máquina de tortura habían conseguido una paradoja física, con lo que poco a poco la piedra iba dejándonos congeladas.
Lo resolvimos entrando en modo "croqueta".
Instrucciones de uso
-Extiendes parte del nórdico por debajo de ti.
-Te tumbas encima.
-Te rebozas con el resto del nórdico.
-Tu compañera repite el proceso en el otro extremo.
-Intentas generar calor.
Después de mi experiencia, recomiendo tomar biodramina antes de dormir en un colchón hinchable -sobre todo si es de matrimonio y tu compañera de sueño no se está quieta-.
Cada pequeño movimiento se amplifica según la teoría de ondas en un estanque... y acabas soñando que estás en el Titanic en pleno hundimiento como me pasó a mi.
Ella se hunde, tú te elevas. Ella se levanta tú te hundes. Ella se deja caer de golpe, tú sales disparada como en un trampolín.
P.D: El suelo de mármol, además de frío, está duro si caes de golpe a mitad de la noche.
No hay solución posible excepto mandar a tu amiga al sofá -porque no teníamos que si no...- o asesinarla mientras duerme, pero esa última opción tampoco es fácil si duermes en una cama elástica (es complicado hacer suficiente fuerza).
No me refiero al atmosférico -aunque seguía tronando y diluviando- sino al cronológico.
Si aplicas una presión constante -dos cuerpos bien alimentados- sobre una superficie llena de un fluído -aire- contenida dentro de un material -plástico- con una pequeña fisura... el fluído se va escapando del contenedor a un ritmo constante debido a la presión.
En este caso puedo confirmar que el tiempo necesario para vaciar un colchón hinchable con un agujero casi invisible... son ocho horas de sueño.
Nos despertamos en la mejor tradición de los ascetas, durmiendo en el suelo.
¿Qué más puedo decir? Si vas a okupar la casa de otra persona, mejor asegúrate de que tiene camas suficientes.
Ahora casi estoy deseando volver a mi casa y a trabajar. Casi.
- Fin - |
Por: Victoria Hyde |
Aquí os pongo las entradas de las desventuras de Pringadilla en su Diario, mi personaje más disparatado.
3 comentarios:
Eres exagerada no, lo siguiente
jajajajajajaja
que risa.
Para nada... Pringadilla sólo cuenta lo que le pasa tal y como sucede. No entiendo por qué dices eso.
ja,ja,ja,ja, lo que tenemos que sufrir mientras nos hacemos ricas, jajajaja...
Besis!
Nelly.
Publicar un comentario