Hoy, una cosita que escribí en el instituto.
Al releerlo, me doy cuenta de la melancolía que transmite. La adolescencia no es una época sencilla -y menos para una chica-, pero escribir siempre me desahogaba.
No hay mal que por bien no venga.
Triste Amiga |
Bonito perfume el de las flores imaginarias, pienso mientras paseo.
El bosque está solitario, apenas hay gente. Dos o tres ancianos sentados en un banco, contando sus viejas cantinelas. Una pareja de novios. Él le dice algo al oído, ella se sonroja y luego ríe con estrépito, creando un descanso en el silencio y la paz que se respira. Y... bueno, también estoy yo, aunque yo no cuento. Triste sombra del alma, que pasea sin que nadie la perciba; leyendo un libro sin fin, caminando entre una cortina de resecos suspiros pardos y canelas, que se deslizan por el aire suavemente –como quien no quiere la cosa–, sin querer dejar huella de su paso, acariciando mi pelo al caer y sembrando el suelo de notas de color otoñal.
Pasa el cartero con su carrito. Siempre el mismo trabajo, de buzón en buzón, llevando cartas de otros. Deseos e ilusiones, alegrías y penas. Se le cae una... Es de una niña. Un papel rosa, repleto de dibujos y bromas –feliz e inocente criatura–. La recojo, él me da las gracias y sigue su camino. Otra vez esta Soledad, no verdadera, ya que ella me hace compañía. La verdadera se siente al caminar entre un océano de rostros impersonales, que ni se ven ni se oyen, y ni siquiera se importan; sólo un saludo, una pequeña ola en la inmensidad del mar que rompe su monotonía, y hace anhelar algo, no conocido ni discernido, pero no por ello menos deseado.
Pequeños pasos, que resuenan como impactos en la inmensidad del silencio, uno detrás de otro, una serie continua que se pierde en la eternidad de esta avenida. Las luces del atardecer caen lentamente, desfigurando las cosas y despertando mi imaginación, perdida en esta Soledad. A lo lejos, casi juntándose con el horizonte, veo el final de este paseo sin fin, una puerta gigantesca que se extiende hasta el infinito y no deja ver lo que hay detrás de ella. Por fin llegué al final de mi viaje, el eterno descansar...
Oigo el canto de un pajarillo y abro los ojos. Me quedé dormida en uno de los verdes bancos del camino. Me levanto y vuelvo a andar, siguiendo mi eterno Caminar.
Por: Victoria Hyde |
Aquí os pongo mi lista de entradas como "Dama de Noche".
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